La Virgen de las Tunas

 de Natalia Spina


Para que tengan una idea, les diré que Chuña es el nombre de un poblado, de una comuna del norte de una provincia de Argentina.

 Chuña. Así se llaman unos pájaros altos, de patas largas y cola en forma de cometa. Pero éste es el nombre de un lugar. Les voy a contar por qué. Arrojado al lado de una ruta nacional, hundida y vencida, un matorral de pencas tuneras asoma como orejas de  conejo, sobre un manto de polvo, espinillos y culebras.  Las casas, todas blancas, pintadas a la cal, tienen ventanas sin vidrios y excepcionalmente alguna tiene puerta; durante el día, haga frío o calor, sólo una cortina de tiritas de plástico, inmunda y pegajosa por las babas de las moscas. Sobre los techos oxidados,  las antenas de televisión digital como gigantes hongos grises.
Pocas veces salían de sus hogares.

Sucedió una siesta calurosa, que una manada de chuñas llegó al pueblo instalándose y haciendo sus nidos, bajo las pencas de cada casa.
A partir de ese momento, la vida en el lugar fue diferente y se vio por la noche de ese día, instalado al costado izquierdo del sendero de ingreso, un cartel rectangular, lumínico, colorado, blanco y amarillo con el primer nombre del paraje: Chuña.

Comenzó a tener Chuña, un microclima. Allí los vientos  se detenían, el sol duraba hasta las once de la noche y la lluvia caía para los Viernes Santos,  en los entierros, el 2 de junio (día del bombero) y cuando la muchacha que se casaba no era virgen. 

Así pues, por este último motivo, llovía todos los fines de semana.

Al día siguiente de los grandes chaparrones que provocaban corridas, cacareo de gallinas, ladridos, goteras en la Iglesia y en la casa del cura, llanto de doña Eugenia, (que recordaba la muerte de su marido hacía veintitrés años), asma en la directora de la escuela y dolor de huesos de todos los viejos que vivían en el geriátrico al lado de la plaza; al día siguiente, repito, el sol amanecía a las cuatro de la mañana con una furia despiadada, secándolo todo, dejando sin sombra el lugar durante cincuenta y tres horas y  las chuñas gritaban y revoloteaban encima de las antenas  Inmediatamente después, los vecinos arrancaban los días con una calma admirable, una paz interior infinita, una pachorra tremenda.  Caminaban lentamente, veían televisión y los niños no iban a clase a causa de indisposición de la autoridad escolar.  Por tanto, la instrucción semanal  de la institución mencionada era de tres días promedio. El intendente de Chuña de Italia a su vez, salía en pijama y pantuflas a pasear su tero por las calles, cantando  el himno a las Islas Malvinas.  La reina de la apertura de turismo de la temporada, salía con su capa roja de tafeta, sus sandalias de tacos asimétricos, el vestido strapless corto azul eléctrico y las tiritas de silicona del corpiño, vendiendo bonos para poder hacerse la ortodoncia  y  así sonreír para llegar aunque sea a competir por el título de miss simpatía.

Los chuñeros estaban muy conformes con la vida que llevaban en el lugar.  Se alimentaban con las tunas que crecían anaranjadas, como peste por los patios de tierra, las calles, hasta las chimeneas tapadas de las casas. Cuando los frutos se acababan, tras los días de lluvia, levantaban durante todo el año, el maná del Desierto de Israel que Dios les enviaba.

Venían manteniendo bien el ritmo, puesto que durante muchos años, la familia Ceballos había traído, hacía ya tres generaciones, una chorrera de niñas. Los viejos, al ver los diluvios que caían luego de los casamientos, cambiaron su antiguo y arraigado dogma y consideraron que la virginidad, si se inculcaba y retenía como tesoro oculto, iba a resultar un gran perjuicio para el pueblo.

El cura había luchado contra esta idea, pero al comprobar la asistencia de los fieles a la iglesia cuando había casamientos, no hacía comentario alguno.  En el almacén, el dispensario, la guardería municipal y la tapicería, se escuchaban  permanentes comentarios chismosos acerca de la
que contraería nupcias el sábado siguiente.

Así transcurrieron, desde el día que los pajarracos llegaron,  veinticinco meses de largos e intensos días de lluvia tras los fines de semana.

Pero sucedió que, las hermanas y primas Ceballos se habían casado todas y  la sequía, luego del  día del enemigo del fuego, rompía todos los esquemas de rutinas instalados desde hacía  más de dos años.

El cura deambulaba como un perro hambriento buscando semillas secas de tunas, no había maestras que dictaran clases los lunes y martes, los viejos del geriátrico corrían jugando  fútbol por las calles, haciendo tambalear con la pelota las antenas de TV.

 Sólo quedaba una jovencita en “edad de merecer”. Era hija del director de cine de las mejores películas producidas en Chuña.  Tenía veinte años.

Era una mulata,  llamada Clara Luz. Con los ojos muy grandes, el pelo tupido y negro como una esponja de acero,  un cuerpo esbelto, vestía siempre túnicas o kimonos que le traía su padre, tras sus viajes por otros continentes.  Llevaba aros colgantes muy grandes, collares hechos con semillas de sandía y usaba zuecos.   Ningún hombre del lugar se había atrevido siquiera hablar con ella, asunto que no le preocupaba en lo más mínimo, dado que no compartía con ellos nada que le interesase.  Pero ahora, la gente, confundida y alterada por la ruptura de sus rutinas, necesitaba saber si la nueva chuñera reunía las condiciones para poder volver a disfrutar de la verdadera y única vida de Chuña.

Una tarde, tres chicas casadas de su edad, se acercaron tímidamente al cerco de su casa.  La cortina de tiritas de la puerta no era de plástico.  De los hilos colgaban tunas secas, que atadas, parecían realmente puertas.

 En el fondo estaba ella, sacando cochinillas de las hojas de la bendita planta, para teñir un velo que su padre había traído de su último viaje.

-Qué estará haciendo… se cuestionaban las visitantes. Pispeaban en puntas de pie, en silencio, por el costado del cerco, asomadas sobre los hombros de unas y otras.

_”Cafecito de higo?- saltó en voz grave y alta de Clara Luz, sin siquiera detener su tarea- Pasen, pasen y tomen asiento, descalzas, en estas piedras. Cada una, a su lado derecho, cuenta con un pote de crema exfoliante para pies”
-“ah, ah, ah…-dijeron medio sorprendidas y bastante asustadas las mujeres.- bueno…nosotras pasábamos por acá nomás…rapidito.- dijo la Claudia.
Se sentaron en las piedras que rodeaban en círculo a la sofisticada Clara Luz, se untaron los talones con la fría jalea de aloe vera y fueron directo al grano.

-“Mire señorita, no sé si se habrá dado cuenta de los problemas que tenemos en el pueblo desde que no se casa nadie…vio? ”
.- “ajà”, emitía la aludida.
-y nosotras veníamos a preguntarle si no es molestia, considerando que es la única que no contrae matrimonio, si tiene pensado hacerlo.
-Así es -dijo sin vueltas Clara Luz.
Un gran suspiro de alivio retumbó.
-Mi novio llegará en tres días de Pampa de los Guanacos, de un postrado en Evangelización Escolapia. 
-“Ahhh…”, largaban al unísono las interesadas, comenzando a declinar su primer entusiasmada expresión.
La menor de ellas, decidió terminar rápido la investigación, dado que estaba imaginando un final desafortunado; y preguntó perdiendo la postura:”usted ha estado, ya sabe, con él… solos?”
“- Por supuesto que no. Nos mantendremos castos hasta luego de casados.”

Las muchachas salieron de la casa comprendiendo que nunca más Chuña sería lo que había sido antes. 

El sábado 32 de julio la gente esperaba ansiosa la entrada de la novia en la puerta de la capilla.

Apareció entonces, detrás de unas bambalinas alzadas por varios hombres, la novia.  Unos rieles a su lado, arrastraban un carrito donde se encontraba su padre con una gran cámara filmadora.  El kimono que llevaba era blanco y un velo color púrpura, tapaba su cara. De sus manos colgaba un rosario de semillas de pencas.

Al decir el sí, un fuertísimo trueno rompió el sonido del Ave María de Jairo, una manada de chuñas voló ralo sobre las cabezas de las personas allí presentes y un sin fin de gotas naranjas cayó en Chuña, inundando las calles, sanando cicatrices de la sequía.

Desde entonces, todos los aniversarios de esa boda, se festejan las patronales en el pueblo, llevando en astas a Clara Luz, la Virgen de las Tunas.

La llave

De Alejandra Lucca                                        
              
No  pudo distinguir la llave entre las hojas secas. Recién al estrujarlas entre sus manos, reconoció la dureza de algo metálico.
Sintió que la sangre se detenía en su cuerpo a la vez que la voz de Teresa y sus últimas palabras le resonaban en la mente;
--La llave, busca la llave, alguien me robo la llave….

Cuando abrió la mano enguantada, comprobó con estupor lo que imaginaba, una llave, sucia y húmeda, pesaba como si todos sus secretos se apilaran físicamente en ella.

El inmenso y descuidado parque, la huidiza luz de esa hora de la tarde, en que con las sombras comienzan a confundirse, se complotaron para que Sylvia fuera poseída por la necesidad imperiosa de huir, subir a su auto y escapar del lugar. Echando mano al poco dominio de si misma que le quedaba, se incorporo, guardo el objeto en un bolsillo de su tapado y se encamino a la escalinata trasera de la casa, mientras  se imaginaba cerrando ya las puertas y ventanas.
Antes de pisar el primer escalón oyó un sonido cercano a su bota que la hizo bajar la vista.
Ahí, en el piso, casi sobre su pie estaba una vez más la llave. Mágicamente salida de su bolsillo sin roturas.
Con aprensión se agacho y la tomo en sus manos, reacia a mirarla, a estudiarla, la apretó fuertemente entre sus dedos y subió rápidamente a la galería para emprender la partida.
Ya había dado instrucciones a Pastor, el jardinero de sus tíos desde siempre, para que limpiara y ordenara el parque, en especial el jardín cerrado de su tía, en el que un gran Cedro Deodara, amenazaba con caer ante el primer viento.

Ya con su auto en marcha, examinó su tapado, estaba sano, de cualquier manera, el instrumento fue a formar parte del llavero que contenía las llaves de su casa y del auto, la mañana siguiente vería de donde era esa llave. Aun así mientras su marido leía esa noche, Sylvia no pudo resistir la tentación de examinarla con detenimiento. Era una llavecita tirando a pequeña como la de una cómoda o un secreter, no era lujosa, ni producto de un artesano, mas bien vulgar, antigua pero sin nada llamativo, lo que la hacia mas misteriosa, pues evidentemente para la hermana menor de su madre, había sido vital llevarla siempre prendida a una hermosa cadena adornada con una pequeña esmeralda. Extrañamente sus hermanas y primas no la recordaban, aunque si a la piedra preciosa y la buscaban con ahínco. Agotada apagó la luz y trató de dormir, los días venideros serian de mucha labor y paciencia
Su tía Teresa, al morir, viuda y sin hijos, había legado la casona a una fundación en homenaje a Vicente, su marido muerto  25 años atrás.
Era necesario vaciar las habitaciones antes de entregar la casa y eso seria un calvario con sus dos hermanas y sus primas.
El amanecer la encontró sentada en la cocina tratando mentalmente de inventariar los muebles, Dios! A cual pertenecería esa maldita llave que ya había escapado de la argolla del llavero y daba vueltas en su mano?
Preparó los desayunos, se duchó, vistió y partió rumbo a Villa Teresa con prisa, debía encontrar el mueble en cuestión antes que sus hermanas y primas despojaran la casa. Al llegar recordó que la llave ya no estaba en el llavero del auto. Ahh! Tendría que volver a buscarla, al girar, la resolana la encandiló y al bajar el parasol, algo le golpeó suavemente el rostro. Conteniendo el aliento supo de inmediato de que se trataba, otra vez como si algo le insuflara vida propia, la llave había llegado hasta ella.
La vida de Sylvia se convirtió en un infierno, la llave  aparecía al abrir la guantera, otras veces, sus dedos la rozaban al buscar el encendedor en su cartera, al salir de la ducha, en medio del vapor, sabia que la vería sobre las toallas, esperándola paciente.
La cosa empeoraba con las mujeres de la familia que se recelaban mutuamente, ávidas como aves de rapiña, despojaban cada cuarto con mayor rapidez que la que Sylvia precisaba para probar cerraduras, lo que ya se estaba volviendo una obsesión, verla  entrar, girar y abrir algo, una puerta, un cajón, lo que sea, pero ahí quedar depositada y ya no volver a toparse con ella. Algunas veces en medio de sus intentos, le parecía oír que la llave se reía burlonamente de sus fracasos.

Antes de entregar la casa, era preciso  dar  un aspecto más prolijo y menos sombrío  al exterior. Podar y limpiar  tanta hiedra que en algunas paredes hasta tapaban las ventanas, para lo que se encontró nuevamente con jardinero, también seguía sin atención el jardín cerrado y el estanque.

--Fíjese Pastor, si es preciso contrate a alguien por el tema del cedro, todo eso lo dejo en sus manos, yo sinceramente me siento un poco agobiada con todo esto de la casa.

.—Me imagino señora Sylvia.  Estas son cosas que uno nunca quiere hacer y mas usted que era como una hija para los señores, si me parece que es hoy que las veo a usted y sus hermanas sentadas con don Vicente en las tardes de verano, mientras el les leía cuentos, recuerda que se sentaban siempre en su lugar favorito?. Pobre señor, tantos años en silla de ruedas después que ese pingo lo tirara al piso. Por suerte tenia tan buen humor, y doña Teresa que lo cuidaba a sol y sombra y..y Betty, recuerda a la enfermera Betty, ella era muy aplicada, una pena que se fuera unas semanas antes de la muerte del señor, creo que a Río Gallegos no?

Sylvia ya no oía la conversación,  el corazón había subido a su garganta al comprender que el lugar donde su tío inválido pasaba sus tardes era el mismo lugar donde había encontrado la llave por primera vez.
Como si ella misma fuera un fantasma,  balbuceo alguna frase a Pastor y entró a la casa, ya casi desierta, comenzó a revisar una a una las habitaciones en las que solo quedaban algunas cosas, otras totalmente ya vaciadas, hasta llegar al vestidor de su tía. Con algo de pena comprobó que solo quedaba el viejo y feo ropero que Teresa había destinado a su ropa de cama, claro, totalmente vacío. Se dio cuenta que el cajón inferior tenia cerradura, y si fuera esa? Recordó que la llave estaba en su cartera, en la planta baja, pero no la sorprendido encontrarla en  el bolsillo trasero de su pantalón. Probó y sí! Era de ahí. Al fin  se desharía de ella.
Abrió el cajón con cuidado y se sintió invasora al encontrar atados de cartas ocres, flores secas, el sencillo y amarillento vestido de novia, fotos de viajes, testimonios de un romance apasionado al comienzo y sereno en el correr de los años. Al álbum de bodas le hacia compañía otro casi idéntico con recortes de diarios y revistas, donde se anunciaban tanto la vida social de la pareja como los logros profesionales de Vicente y una por memorizada crónica del accidente que lo paralizaría de por vida.
En algún momento Sylvia sintió que la llave le regalaba un paseo por la vida de esos seres que habían tenido su época de esplendor, pero el dulzor de los recuerdos fue transformándose en acíbar cuando comenzaron los recortes sobre el fallecimiento de Vicente. Los diarios hablaban todos del ejemplar hombre, puntal de la sociedad, que habiendo sufrido una simple operación de apéndice, y estando internado, había  muerto súbitamente a causa de una falla cardiaca. Así de simple e inesperado. La policía no había encontrado nada sospechoso y desestimaban lo que se comentaba en susurros. :
A Vicente Garzon lo había visitado la muerte misma.
Muchas de las enfermeras habían visto esa noche una figura de  capa larga, negra y con capucha, entrar y salir de la habitación.
Momentos mas tarde, Vicente moría sin remedio.
En medio de un brutal silencio que solo contenía algún trueno lejano que preanunciaba tormenta, palpó el fondo del cajón para encontrar lo que suponía que allí descansaba, no preciso sacarla a la luz para comprender que era la capa. La capa larga, negra y con capucha. Y una jeringa con solo Dios sabe restos de qué sustancia.
El mundo terminó de derrumbarse cuando el viento colado por una ventana, levantó un papel con las iniciales conocidas, la V enlazada a la G, era una vieja carta en la que Vicente le explicaba a su esposa la necesidad de la separación, el amor que había terminado, la luz que otra mujer le regalaba…. Y entonces comprendió.
Esa noche, Teresa fue la muerte en los corredores de la clínica.

La habitación se heló, a la vez que algo sutil como una ligera tela de araña le rozó el rostro y todo se inundó de olor a tierra húmeda..
Aun congelada por el terror,  Sylvia entendió que se encontraba ante la prueba de un asesinato que ya nadie podía juzgar, ni sentenciar, ya no quedaban ni víctima ni victimario. Resolvió guardar todo en el cajón y a la mañana haría desaparecer todo aquello. Aunque le pesara el alma, guardaría el secreto como le había sido confiado. Teresa quería, en el final que ella lo supiera, --La llave, busca la llave, alguien me robo la llave…

Esa noche fue como si el mismo infierno hubiera abierto sus puertas de par en par.
La tormenta llegó trayendo vientos y rayos que no la dejaron descansar hasta entrada la madrugada. A primeras horas de la mañana cuando la tormenta ya había cesado, el timbre del teléfono la sobresaltó. Pastor le pedía que fuera urgente a la casona  pero acompañada, por su marido,  no sola.

Al llegar, la cuadra ya era un revuelo, con  la policía acordonando la casa, ellos pudieron entrar el auto hasta el fondo para ser recibidos por Pastor que salía del jardín cerrado:

__No señora, usted no vea, es muy tremendo, por favor, tantos años ahí….pobrecita.

Pero para Sylvia era inútil y tarde, ella ya caminaba hacia el viejo Cedro Deodara , que, derribado por la tormenta, había dejado al desnudo entre sus raíces lo que alguna vez fuera un cuerpo. En medio del barro y el desorden,  podía distinguir en una descarnada muñeca, un brazalete con una gran B. B de Betty y entre las falanges, crispadas como una garra la inconfundible cadena con una esmeralda ….y la llave.

En su mente agotada se confundieron su propio grito con la voz de Teresa y sus últimas palabras

__ La llave, busca la llave. Alguien me robó la llave….

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